confesiones de una rosa
el estilo de rosæ es como un perfume barato que huele a rosas marchitas: dulce en exceso, con un toque ácido que no sabes si adoras o detestas. a sus 44 años, vive en una maraña de manías y obsesiones que hacen de su existencia algo así como un reality show íntimo, sin cámaras, pero con todo el dramatismo. su amor por lo intenso es un asfixiante abrazo que te deja sin aire, mientras su mordacidad afilada como navaja no perdona ni a las comas mal puestas.
rosæ es una contradicción andante. su fascinación malsana por los baby boomers politizados, esos hombres que apestan a tabaco negro y resentimiento, es digna de un estudio psicológico (o un programa de la tarde en televisión). les llama “parásitos de ideas caducas,” pero los sigue como quien no puede apartar la vista de un accidente. los necesita, los analiza, los destripa, y al final, los guarda en su colección mental como si fueran insectos clavados en un panel. porque sí, rosæ es eso: una coleccionista de contradicciones ajenas que, oh sorpresa, son un reflejo de las suyas propias.
estos hombres, siempre de más de 60 años, siempre rabiosos, siempre con algo que reclamar, son para ella lo que el whisky es para una resaca: una necesidad incómoda pero ineludible. los mira como quien estudia un espécimen raro, pero a la vez se involucra con ellos como una madre tóxica que no sabe si consolar o asfixiar. en cada palabra que escribe, rosæ intenta diseccionarlos, pero también se disecciona a sí misma, proyectando en ellos su propio caos interior.
porque, vamos, no es que rosæ tenga mucho resuelto. está peleando fantasmas que probablemente tienen bigote y llevaban corbata allá por los 80. todo su tono meloso, esa dulzura de rosquillas viejas, no es más que un barniz para ocultar un resentimiento que le carcome por dentro. lo que ella llama “análisis” es, en realidad, una lucha por encontrar sentido en su propia maraña emocional.
y luego está el mar, ese escenario que ella idealiza como refugio. salitre de rosas, su blog, es una especie de altar a lo eterno, un intento desesperado de encontrar algo que no se desmorone como todo lo demás en su vida. la sal, metáfora de lo que conserva, es su obsesión culinaria y existencial. quiere que todo, hasta las emociones más incómodas, se queden ahí, intactas, como un jamón colgado en una bodega.
en resumen, rosæ escribe para no volverse loca o, tal vez, porque ya lo está. cada palabra que escribe es una operación a corazón abierto donde ella es el paciente y el cirujano. pero cuidado: si algún día alguien consigue romper el molde de esos hombres que disecciona con tanta obsesión, rosæ podría encontrarse frente a un espejo que no sabría cómo mirar. y ahí, querido lector, la narrativa no sería otra cosa que un caos absoluto. ¿podría sobrevivir? quizá. pero seguro que saldría con una copa de whisky en la mano y un perfume dulzón impregnando el aire.
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